Auto Biografía: Firing Zone

Sin duda los lugares exóticos son los que ofrecen más aristas, sobre todo porque uno está todo ...
28/05/2015

Fernando Miranda

Sin duda los lugares exóticos son los que ofrecen más aristas, sobre todo porque uno está todo el tiempo en offside, ya que las costumbres son otras, los códigos bien diferentes y la educación tiene un significado muy especial. Un ejemplo claro fue cuando en Aman, capital de Jordania, le abrí la puerta para dejarla pasar a una mujer que venía detrás de mí. No sólo no pasó sino que se quedó atornillada al piso mirando para abajo. Podríamos haber estado seis horas así, con lo que procedí a olvidar mis modales occidentales, pasé, dejé que la puerta se cerrara y allí la buena señora decidió entrar. Incompresible para nosotros, tanto como lo fue mi actitud para ella.

 

Si a esto le sumamos que es una zona de eterno conflicto en el que un estornudo puede desencadenar una guerra química, entenderá el lector que hay que estar atento a todo. De Aman camino a Israel a bordo de un recién presentado Peugeot 607 (en aquel momento un auto que se destacaba por un equipamiento impresionante, similar al de cualquier mediano de hoy) paramos en el Mar Muerto para darnos un baño. Imposible hundirse en esas aguas saladísimas al extremo de expulsar a un compañero del agua por algunas piezas dañadas en su caño de escape (no hace falta dar más detalles ¿no?).

 

 

Con ese clima de jubileo y algarabía, nos sacamos la sal y con la piel aceitosa nos dirigimos a Israel. No la definiría como una frontera amigable. Nos ladraron en inglés, nos pusieron espejos hasta dentro del cárter, nos sellaron el pasaporte y nos dejaron pasar como haciéndonos un favor. Yo tenía la mala costumbre de ir a hacer fotos lejos de las rutas indicadas, buscando locaciones diferentes. En realidad la costumbre no era mala, lo malo fue esa vez. Tomo por una ruta que se antojó entretenida y me encuentro con un cartel que me dio una señal de alerta que mi estupidez decidió ignorar: “Firing zone” decía el cartel. Me saqué una foto y todo, como si estuviera en un recinto de paint ball. Tomé otra ruta y al fondo había como una casilla. Seguí con tranquilidad hasta que de pronto salió al medio de asfalto un señor con un arma que no entendía cómo podía sostener. No es que la mostró, me apuntó. Por suerte venía despacio. Levanté, frené y saqué las manos del volante tan despacio como pude. El tipo debe haber visto el blanco de mi cara (y hasta el olor le debe haber dado una pista) y ni me habló. Con la punta del arma trazó como un círculo indicándome que diera la vuelta y me fuera de allí. Hice todo con una suavidad extrema luchando contra el temblor de mis piernas, retomé mi camino con extrema cautela y no superé los 50 kilómetros por hora hasta que encontré el camino que tenía indicado en mi hoja de ruta.

 

Llegué al primer reagrupamiento todavía blanco. Uno de los guías me preguntó por qué había demorado, le conté la historia y su respuesta me asustó más todavía: “Tuviste suerte. Podría haber terminado peor. Acá no se sabe quién es quién”. Entendí cabalmente el clima que se vive en esa zona. Y la verdad es que me sigue pareciendo fuera de toda lógica vivir así.

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