El Tapón de Cartagena

Décima etapa: De Cartagena de Indias a Barichara. Después de Tapón del Darién, ha llegado el Tapón ...
11/12/2008

Javier Fueyo

La exótica Cartagena
Cartagena de Indias es una ciudad que mezcla tranquilidad y festividad a partes iguales. La Ciudad Vieja se despoja del ritmo pausado que dictan sus estrechos callejones, las buganvillas y el calor para convertirse a partir de la caída del sol en una nictálope sin cura. La fiesta se prolonga hasta altas horas de la madrugada con la música de la cumbia, el vallentato y la salsa impregnando el ambiente. El turista con sus divisas manda.

Y en tan exótico cóctel, proliferan los personajes originales. Nuestro encuentro con él taxista Elvis así lo atestigua.

– Me llamo Elvis, Elvis Cocho. ¿De dónde son ustedes?
– De España, Elvis Cocho.
– Ah, de España. Yo viví en Alicante. Y también en Italia
Y, a partir de esa breve e inconexa introducción, comienza la relación de su vida. Taxista de profesión, gigoló en sus ratos libres, nos cuenta que se ha comprado una casa gracias a esa actividad extra. En la radio suena una música discotequera y Elvis baila break dance mientras suelta las manos del volante.

Terminada la canción, se sincera y procede a desvelarnos todos sus secretos y sus técnicas más exquisitas en el arte amatorio.

“¿Tú eres tranquilo?” me dice.
“Elvis, yo viajo con mi esposa”, pensando en que quería invitarme a sus andanzas de gigoló.
– No, no. Que si eres tranquilo –mientras se tapa un orificio nasal e imita el acto de esnifar.
Acto seguido saca una bolsita de plástico y nos dice que siempre la lleva para sus amigos los turistas. En ese momento, un policía se cruza ante nuestro taxi.
-Guarda eso Elvis, que nos hundes la vida.
Afortunadamente, Elvis se mostró discreto. Minutos después nos dejaba delante de nuestro hotel sin mayores percances.

Despedida
El tiempo pasado en Cartagena ha sido fructífero. Hemos podido descansar, disfrutar del sol, de la comida y de las fiestas del 8 de diciembre. Lástima del día perdido, entre brokers, navieras, aduanas y bancos, como magníficamente ha explicado Emilio Scotto en su crónica.

Esa misma noche del martes, después de nuestra odisea aduanera, nos despedimos de Emilio y Mónica entre varias botellas de cerveza y con la compañía de Gustavo, amigo de Emilio y propietario del Restaurate el Pibe, en Bocagrande. Precisamente, hace menos de un año, realizó un trayecto similar al que vamos a realizar nosotros. Sus consejos los tomamos al pie de la letra.

Por fin, en marcha
Partimos pronto en la mañana del miércoles. Nos esperan más de 600 kilómetros hasta llegar a Bucaramanga, aunque nuestra intención es dormir en Barichara, bautizada como la ciudad más bonita de Colombia, en el departamento de Santander, 120 km. más cerca de Bogotá.

Pronto sufrimos el primer percance. La policía de Tránsito nos da el alto a 30 km. de Cartagena.
– Los papeles
– Aquí los tiene señor Agente.
Los revisa y llama a su compañero
– ¿Donde está el SOAT?
– Qué es eso?
– El seguro del auto obligatorio. Pasen allí dentro

Entramos en una habitación y allí hace acto de aparición el tercer personaje de la comedia bufa: el oficial jefe. Nos enseña un librito con las leyes y nos dice que son 400,000 pesos de multa, pero que nos lo puede arreglar por 200,000. Nosotros, obviamente, no le creemos. Hay un tira y afloja entre las dos partes y entonces aparece el necesario actor secundario para dar validez a la teoría del oficial de policía: el abogado. No me digan que hacía un abogado en un cuartel policial a las diez de la mañana, en una carretera colombiana, justo cuando pasaban unos turistas. El hecho es que corrobora –sin mucho tecnicismo legal, todo hay que decirlo- la tesis del seguro obligatorio.

Nosotros decidimos contraatacar a tan sensacional maniobra y llamamos a Diego Speratti, director de la revista Automóvil Panamericano en Colombia. Diego nos explica qué es el SOAT y nos aclara y le aclara al oficial que sólo es obligatorio para los autos colombianos –nuestro Tiguan lleva placa mexicana-. Descubierto el engaño, el policía se deja de miramientos y nos pide una contribución para el cuerpo policial. Se la damos y nos vamos.

8 horas más tarde, llegamos a Bucaramanga. Queda una hora de sol y decidimos que hay tiempo suficiente para mavarillarnos con el espectacular desfiladero del Río Chicamocha, camino de San Gil y Barichara. La carretera comienza a serpentear y los camiones a proliferar. Salen de todos los lados. El terreno es ascendente, en las curvas nos quedamos parados. Las tractomulas no giran bien y la operación les lleva minutos. Cuando llegamos al desfiladero, es noche cerrada. Primera decepeción. Nos hemos perdido un paraje de inusitada belleza. Al final llegamos a Barichara a las 8 de la tarde. Casi cuatro horas para hacer 120 km. Nos vamos a dormir pronto, el día ha sido largo e intenso.
 

Javier Fueyo, Sara Rodríguez de Robles y Alejandro Ramírez
Queremos agradecer la labor de Emilio y Mónica. Sin su intermediación, probablemente, aún estaríamos en la aduana de Cartagena, con el Tiguan encerrado en un contenedor. También una mención especiala Gustavo, propietario del restaurante El Pibe, en Bocagrande. Gracias por tus consejos.

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