Ford Mustang GT Convertible 2010: Prueba de manejo

Probamos una variante por la que han suspirado aquellos que aprecian al venerable pony-car, pero sólo desean ...
29/08/2009

Javier Fueyo

Los convertibles siempre han sido una constante en la oferta del Ford Mustang. Desde aquel memorable 1964, año de su revelación al mundo de los automóviles, que al siguiente ejercicio ya surgía la versión sin techo que robaría más que corazones, también almas, e impulsaría nuevos devotos a gozar de la naturaleza desde el volante de un flamante pony-car sin techo.

Conforme han transcurrido los tiempos, casi todas las generaciones del Mustang pueden presumir una versión sin techo, incluso los más rabiosos Shelby, como el actual GT500, cuentan con una. En esta última generación, denominada 2010, aparece al unísono la vertiente convertible del mito que se resiste a morir.

La imagen del Mustang Convertible

Para nuestra sorpresa, el Mustang convertible probado llegó en un atractivo y sólido azul que no sólo sorprende a los ajenos, sino también a los entendidos del mundillo automovilístico. Porque no es el tradicional azul rey de la casa, es más bien un color que apunta al tono primario hoy tan dispuesto en varios autos de inspiración retro.

En cuanto a su estética externa, sobresalen los enormes faros de niebla, ubicados a los costados del famoso caballito a galope, una parrilla más discreta y un frontal musculoso, con un cejo exagerado por el domo en el cofre del motor. Los costados son robustos, con una típica trasera corta bien complementada por unas calaveras verticales de sabor nostálgico.

En el habitáculo, la calidad de los plásticos y ensambles ha mejorado respecto a su antecesor. Sólo le afecta la veteranía de la plataforma, reflejada en vibraciones molestas ya inexplicables en esta era de diseño digital y aceros ultrarresistentes.

Se conservan los grandes relojes con sabor sesentero, pero existen más extras modernos como el Sync y la capacidad de conectar los habituales equipos electrónicos de comunicación y entretenimiento de estos días. En este sentido, muy completo.

Sabor retro

Como en los anteriores Mustang, la posición de conducción resulta baja, con cierta limitante visual hacia el frente y reducida hacia atrás. Nada fuera de lo normal para ser un pony-car. No obstante, se aprecia mayor espacio interior a pesar de que los asientos delanteros con sabor retro no sujetan tan bien como esperaríamos de unos actuales. Como todo Mustang, la disposición 2+2 deja la segunda fila de asientos sólo para niños. Resulta más práctico como complemento a la escasa cajuela.

Al rodar con este Mustang Convertible, pronto se siente que no es un auto diseñado para romper récords en carreteras de montaña, sino para pasear y disfrutar de la vida. La marcha tiende a ser irregular en parte por una suspensión firme y en buena medida por una reducida rigidez torsional, inherente a todo convertible, pero acentuada en el caso de este modelo.

A esta circunstancia se suma la notable potencia del V8 de 315 HP, hace que el comportamiento tienda a nervioso si se buscan los extremos de adherencia y giro de este convertible. Afortunadamente, el control electrónico de estabilidad apoya de manera pronta y discreta, pues impide derrapes exagerados y casi siempre mantiene al coche bajo control.
Incluso la transmisión automática reacciona con suavidad a las órdenes del acelerador, así sean bruscas y faltas de tacto. Sólo podemos ganar más brío si realizamos los cambios por nuestra cuenta, pero todavía participa el control de tracción para llevar las cosas de manera progresiva.

La dirección del Mustang GT Convertible cumple bien su función, pero la considerable masa del Mustang y las inercias del eje rígido –a pesar de la barra Panhard- agregada a la notable energía del V8, provocan una tendencia al subviraje bajo conducción prudente. Si exageramos los modales, el sobreviraje puede sorprender, aunque nuevamente la electrónica nos aleja de problemas, siempre dentro de los límites de la física.

Pero como bien apuntábamos al inicio, los convertibles no son autos para marcar una velocidad fulgurante en las curvas, si acaso en rectas de nuestra preferencia. En este caso, el hermoso rugido del V8 desde las 2,500 hasta las 6,000 arroba el espíritu, mientras el aire desarregla nuestros cabellos y disipa preocupaciones. Como buen V8, este motor dispone de mucho torque en toda su gama de revoluciones y se siente poderoso al pisar el acelerador a fondo. Sinceramente, no hay mejor terapia para olvidarse de la oficina que dar una vuelta en un convertible, sobre todo si es atractivo y su música nos embelesa en ese delicioso trance que provoca la conducción lúdica, sin prisas.

33,000 dólares cuesta la variante más básica, que van ascendiendo a medida que añadimos extras o que incorporamos el acabado Premium (3,000 dólares más). No podemos hablar de un carro económico, pero los caprichos complejos rara vez tienen razón lógica. Más bien, son arrebatos del corazón aunque la razón nos haga lamentarnos después.

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