La frontera más larga

Etapa 13. De Buga (Colombia) a Otavalo (Ecuador). Es sábado. Es el momento de cruzar la primera ...
14/12/2008

Javier Fueyo

Entre cafetales y soldados
La etapa comienza en Buga, la ciudad santuario de Colombia. A primera hora de la mañana los peregrinos llegan ya en masa a la Basílica del Señor de Los Milagros. Es el momento de irnos antes de que la localidad se llene de creyentes.

La primera parte de la jornada transcurre rápidamente. La Panamericana, en esta región de Colombia, es amplia, con doble carril y, por primera vez en nuestro viaje, podemos hacer medias elevadas, próximas a los 80 km/h.

Así, en menos de tres horas, atravesamos el Eje Cafetero. Dejamos atrás Cali para acercarnos a Popayán. Los retenes militares son aquí más abundantes que en cualquier otro de los lugares por los que hemos pasado. Realmente, nos sentimos protegidos. “Conduce tranquilo. El Ejercito de Colombia está en la carretera” rezan los carteles de las carreteras. En cada puente del camino, varios soldados hacen guardia. Nunca nos paran. No somos sospechosos.

Antes del viaje, nos habíamos informado sobre la situación del Sur de Colombia. Teníamos que atravesar el departamento de Nariño para llegar a la frontera de Ecuador, una región colindante con la peligrosa Putumayo. Unos años atrás, la carretera que une Popayán con Pasto era lugar de encuentros ocasionales con la guerrilla, de robos constantes y paso obligado del narcotráfico. La zona por tanto, nos infundaba cierto respeto y, pese a que cada colombiano al que le preguntamos nos recalcó que viajásemos sin cuidado, que ya no había ningún tipo de problemas, no dejábamos de fantasear con un encuentro con las FARC o con delincuentes comunes. Nuestro nerviosismo se acrecentó tras pasar Popayán. La carretera se estrechó y comenzamos a transitar entre pequeñas lomas. Durante varios kilómetros ningún retén militar, ni siquiera policía, poco tráfico rodado. No sé cuantos fueron con exactitud, a mí me parecieron una eternidad.

Hasta que apareció un retén. Esta vez no era del Ejército, sino de la policía de Tránsito. Nos pararon.
– Los papeles del auto.
– Aquí los tiene
– Circulan sin SOAT. Tenemos que inmovilizar el vehículo.
Otra vez el maldito SOAT. Tras quince minutos de discusión, nos dejaron pasar. El argumento “el departamento legal de Televisa nos ha asegurado que podemos circular con nuestro seguro” nos está abriendo muchas puertas. También las revistas de Automóvil Panamericano en Colombia. Un obsequio a tiempo vale más que mil palabras.

Adios Colombia. Bienvenido a Ecuador
Llegamos a Pasto, donde deberíamos haberlo hecho el día anterior. La ciudad nos sorprende por su opulencia. No tenemos tiempo para detenernos. Ipiales, el último pueblo de Colombia antes de Ecuador, nos espera a 80 km. Llegamos al puente de Rumichaca, lugar donde están las fronteras de ambos países, hacia las 4 de la tarde. No se respira la tensión de meses atrás, cuando los dos países se enzarzaron en un conflicto diplomático que casi termina en guerra.

Avanzamos con el auto, seguimos avanzando y … ya estamos en Ecuador.

Un momento, nos faltan los visados y los papeles del vehículo. Tenemos que dar la vuelta a Colombia. Los trámites para dejar el país duran 5 minutos.

Nos dirigimos al edificio de Aduanas de Ecuador. El papeleo para registrar el Tiguán nos lleva 10 minutos.

Sólo nos falta sellar nuestros pasaportes con el visado ecuatoriano. El asunto se demora 6 horas.

¿Cómo es posible? Una fila de 200 personas espera con paciencia y humor a que los oficiales les atiendan. El día anterior, una tormenta eléctrica retrasó todo el operativo y, como la frontera cierra a las diez de la noche, varias personas tuvieron que hacer noche en tierra de nadie a la espera de que Inmigración volviese a abrir.

Nos tememos lo peor. Pasan las horas, la noche acecha y el frío y la humedad calan nuestros huesos.

Frontera VIP
La cola no avanza y entonces nos enteramos de que hay una manera rápida de pasar la frontera. Los vendedores ambulantes tienen sus contactos entre los oficiales de Inmigración y por entre 15 y 20 dólares aceleran el trámite. En lugar de acceder a Ecuador por la puerta principal, lo podemos hacer por la puerta de atrás.

Miramos, preguntamos y acordamos un precio. 50 dólares por los tres. Pero Sara, mi mujer, no quiere fomentar la corrupción. En su lugar, prefiere utilizar sus armas femeninas y seducir a los oficiales aduaneros, vía vendedores ambulantes, con revistas. Les explica que somos periodistas haciendo un reportaje y que necesitamos cruzar a Ecuador con urgencia. Conclusión: los oficiales aduaneros se asustan al oír la palabra periodistas y deciden cerrar la frontera VIP. Nos toca hacer cola como a todo hijo de vecino.

Riesgo de linchamiento
Las horas pasan. Ya es noche cerrada. Hemos avanzado 50 puestos nada más. El operativo funciona de la siguiente manera. Las puertas de las oficinas de inmigración están cerradas. Cuando se vacía el lugar, un oficial las abre y deja pasar a 25 personas; luego las vuelve a cerrar, hasta que terminen los trámites, y así sucesivamente.

A este ritmo no vamos a terminar nunca. Y entonces ocurrió lo peor. Se fue la luz. La frontera entre Colombia y Ecuador se queda a oscuras. Lo curioso de todo es que el supermercado de al lado de la aduana continúa su actividad porque tiene un generador. Increíble, pero cierto.

Cunde el desánimo, la gente comienza a cansarse y algún desalmado aprovecha la negra noche para avanzar varios puestos. Vuelve la luz y un tipo vestido, además, con un abrigo rojo, como por arte de magia, se coloca el primero de fila. La gente lo quiere linchar, pero él se agarra con fuerza al pomo de la puerta. De allí, no lo va a mover nadie. Gritos, insultos, momentos de tensión, que se acrecientan cuando un oficial de policía dice que va a dar paso a la gente que sale de Ecuador, camino de Colombia (los trámites se hacen en el mismo sitio). Finalmente, la polémica iniciativa no tiene continuidad y se mantiene el status quo precedente con la única salvedad del hombre de rojo, que sigue agarrado a la puerta.

Dos horas más tarde, hacia las 10 de la noche y rondando el cierre de la frontera, logramos, por fin, cruzar a Ecuador. Pese a la espera lo hemos pasado bien y hemos conocido a gente interesante. Por ejemplo, a Marc, un fotógrafo francés que, tras cuatro años retratando a presidiarios por todas las cárceles sudamericanas, regresa a su país a publicar un libro sobre el asunto. También a una hermana de las Siervas de Jesús, de nacionalidad colombiana, quien su viaje desde Venezuela (donde reside) a Ecuador (donde tiene una reunión) ha durado tres días por culpa de una nueva ley promulgada el jueves que obliga a todos los colombianos a salir del país con una cartilla de inmigración. El viernes se enteró. Ya era tarde.

Esta jornada debería haber terminado en Quito. Nos detuvimos 100 km. antes, en Otavalo, la ciudad indígena más próspera de todo Ecuador. Desde tiempos preincaicos, Otavalo ha sido un lugar de mercadeo y, posteriormente, en la época colonial, reforzó su importancia como paso obligado camino de Quito. La rica artesanía y la lana han hecho de Otavalo uno de los sitios más visitados por los turistas.

A las 12:30 de la noche, conseguimos un hotel. Mañana seguiremos viaje.

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